La diosa del ladrillo

jueves, 31 de diciembre de 2015

4. Princesas de latón (La diosa del ladrillo, editorial Dauro)

4. Princesas de latón
«El agonizante otoño rugía desafiante y los últimos rayos de sol del moribundo día se resistían a abandonar la habitación. El silencio era tumulario, de no ser por los secos trastazos de Bárbara sobre la mesa, que entre violentas cabezadas luchaba por mantenerse firme en su «silla de la suerte», como llamaba a la antigua poltrona de anea que presidía el salón y que ella misma había restaurado a conciencia, pintándola con un estridente tono violeta y dibujando una especie de motivo floral en el respaldo. Bárbara llevaba varias semanas manteniendo un pulso titánico contra Morfeo, estudiando a deshoras derecho romano con tal de superar la prueba de diciembre y así eliminar materia para el examen final. El termo de dos litros sobre la mesa la había ayudado a mantenerse en vigilia la noche anterior y trasladarla al nuevo día. Llevaba más de una jornada sin dormir, y se resistía a sucumbir al sueño con litros de café, líquido que bebía más que el agua en los últimos días. Las otras tres doncellas, Nuria, Berta y Lorena, arrumadas en el descomunal y desproporcionado sofá-cama de rojo vivo, yacían en paños menores como tres divinidades de descomunal belleza» (La diosa del ladrillo, pág. 46).


martes, 29 de diciembre de 2015

3. Tortilla Sacromonte (La diosa del ladrillo, editorial Dauro)

3. Tortilla Sacromonte


     «De la cocina salía un agradable olor a tortilla Sacromonte, compuesta de sesos de cerdo y espárragos trigueros, entre otras verduras. El plato era uno de los más tradicionales de la cocina granadina, desconocido por la inmensa mayoría de los parroquianos, y que de no ser por rancias cocineras de la tierra como doña Rita, ya habría desaparecido. Doña Rita era una maestra de la cocina y sus guisos eran todo un compendio de los sabores y las esencias más tradicionales de la cocina de la tierra. Para ella el tiempo en la cocina era ingrediente capital de sus platos. Nunca tenía prisa para preparar aunque fuese una simple merienda. Disfrutaba con los cacharros de cocina y las especies como su hija con el piano o la flauta travesera, aunque con más tiempo que ésta para esmerarse lo necesario. No faltaban propietarios de conocidos restaurantes del centro histórico que le pidiesen la receta de algún plato típico granadino para incorporarlo a sus manteles. Frecuentes eran las ocasiones especiales, como el día de San Cecilio —con su famosa olla del mismo nombre que el santo—, en que algún restaurante de la Plaza de la Mariana y alrededores solicitara su ayuda y supervisión para dirigir el menú del momento, lo que también contribuía a aliviar la ajustada economía familiar» (La diosa del ladrillo, pág. 40). 

La tortilla toma su nombre del emblemático barrio granadino del Sacromonte. Sacromonte, óleo sobre lienzo de Ángel Rubio Linares (Los Gemelos de Granada).

lunes, 28 de diciembre de 2015

2. Doña Rita (La diosa del ladrillo, editorial Dauro)

2. Doña Rita

La abuela, la madre y la nieta, una legendaria dinastía de barraganas de etiqueta y meretrices de lujo

     «Doña Rita, en su mocedad conocida como la Vedette, era la hija de una de las barraganas más guapas de Granada en la década de los cuarenta, Bárbara la Potaja. En los años de la posguerra, especialmente en 1940, «el año de la hambre», como lo habían bautizado popularmente los vecinos, su madre hizo una verdadera fortuna, al principio con el coño y, con el tiempo, como madama, dirigiendo a toda una legión de jóvenes doncellas a las que arrastró —con el consentimiento de sus necesitados padres— a una prostitución refinada y sin precedentes en la capital. «De raza le viene a la galga», decían sus últimos clientes cuando Rita aún no era doña y empezó a suceder a su madre recién cumplidos los quince años» (La diosa del ladrillo, pág. 21). 

jueves, 24 de diciembre de 2015

1. Sor Lujuria (La diosa del ladrillo, editorial Dauro)

1. Sor Lujuria
LaPresentación de la protagonista, Bárbara Pineda, la dama de las mil y una caras, heroína de mil y un días con sus interminables noches: 

 «Consciente de tanta belleza, saturada en la totalidad de sus ciento setenta y cinco centímetros de descalza verticalidad homogéneamente distribuida en sesenta y siete kilos de carne prieta, y revestida de piel de bebé de veintidós años, Sor Lujuria empezó a dar vueltas con especial regusto, observando su firme y poderoso trasero,
{...}
 La toca se la puso en apenas unos segundos, transformando su rostro morboso en el de una angélica novicia. una ancha cremallera delantera blanca atravesaba verticalmente el brillante hábito negro. Se lo enfundó en un pispás, subiendo rápidamente la cremallera hasta quedar encapsulada en una segunda piel de goma, con la anilla en forma de crucifijo de la cremallera reposando sobre su soberbio y generoso pecho. El minihábito dejaba al descubierto sus delineadas nalgas e interminables piernas» (La diosa del ladrillo, pág. 10). 




lunes, 21 de diciembre de 2015

DE JESUÍAS CASTELNUOVO
16 de diciembre 2015, presentación de la novela en Pilar de toro (Granada), de izquierda a derecha: Don José Medina Villalba; Jesuías Castelnuovo; Pilar Sánchez (responsable de Grupo Dauro).

     Estamos ante una novela muy descriptiva, aunque figurativa, 



     a diferencia de otras que, desde la dimensión erótica pudieran asemejarse, como Fifty Shades of Grey, cuyas descripciones son mucho más gráficas:


     La Diosa del ladrillo es una poderosa metáfora de nuestro tiempo, que intenta, desde la ficción y dentro del reino de la imaginación, analizar la génesis, el desarrollo y el desenlace de nuestra particular Belle Èpoque de la primera década del presente siglo (La gran burbuja inmobiliaria). Llegado a este punto, como metáfora, quisiera reiterar mi agradecimiento al magnífico trabajo realizado por Agata, diseñadora gráfica de editorial Dauro, por el talento mostrado al captar con esta portada la esencia del mensaje central de la novela. Esta magnífica portada es una soberbia traducción a la imagen de la metáfora central de la novela:



      La diosa del ladrillo, bajo un marcado tinte de novela negra, destila un surrealista erotismo destinado a perpetuarse en el reino más sutil de un género que yo denominaría literatura negrótica, si se me permite acuñar un nuevo término como subgénero de la novela negra. El humor negro, tan presente entre los compases de ambiente costumbrista de la época retratada, hace de esta novela toda una sátira cómica al más puro estilo de películas como Fargo (1996), de los hermanos Cohen, 


     pero donde los policías son sustituidos por casposos matones y chuloputas. El perceptible surrealismo de la novela hace un guiño —salvando las distancias— a películas como Los burdeles de Paprika (1991), de Tinto Brass



      o Eyes Wide Shut (1999) de Stanley Kubrik:



     El manifiesto erotismo de la obra con frecuencia encuentra su mejor expresión mediante fuertes matices irracionales que destapan la complicada convivencia y coexistencia entre el sexo como liberación del subconsciente, la ambición de poder y de capital, como pérdida de la propia identidad, y el asfixiante ambiente costumbrista del fin de siècle en una ciudad, Granada, todavía anquilosada en una falsa moral y rancias tradiciones con inminente fecha de caducidad.

     Aunque es una novela negra, el hilo argumental también es fiel al estilo de obras norteamericanas de los años 20 del pasado siglo -salvando las distancias-, como Babbitt (1922), del novelista americano, Sinclair Lewis;


     o El gran Gatsby (1925), del también americano Scott Fitzgerald, cuya novela, protagonizada por Leonardo di Caprio, en el papel de Jay Gatsby, ustedes habrán visto;



    pero con la diferencia de que en La diosa del ladrillo no hay héroes caídos en desgracia y engullidos por la crisis social de su época, de su momento histórico,  ese héroe que en definitiva se autodestruye, Bárbara, en cambio, nuestra heroína, es ella más bien quien destruye y engulle todo aquello y todo aquél que intente frenarla en sus propósitos o simplemente desafiarla.  A Bárbara, la protagonista,  no la mueve la venganza, sino su particular manera de entender el mundo, y su curioso modo de impartir su propia justicia al estilo más fiel de femme fatale del siglo XXI:


         Contamos con una heroína de mil y una caras, que comparte “genes” físicos y psicológicos de otras heroínas, aunque de distinto género de ficción, como Molly Bloom, 


        la protagonista central de la célebre novela Ulises, del irlandés James Joyce, compartiendo ambas protagonistas el monólogo interior como fórmula de expresar su infinito mundo interior, aunque en el caso de Bárbara llegando a formarse una especie de metaficción que deriva en unos firmes puntos de inflexión narrativos destinados a crear un eje central de la trama en el que ella, y sólo ella, la protagonista es la intérprete de un mundo donde la racionalidad va marcada con un tempo profundamente surrealista;



ü  otra heroína comparable es Fanny Hill, de la novela homónima del inglés John Cleland, de mediados del siglo XVIII,

      ambas como verdaderas triunfadoras de sus respectivas épocas, y por tanto transgresoras de las monolíticas estructuras masculinas de sus respectivas sociedades. Por tanto, Bárbara Pineda, alias La diosa del ladrillo, como las mencionadas Molly Bloom y Fanny Hill,  no sólo se distancia, sino que rompe con la norma clásica de estas que, en ocasiones ensombrecidas por sus amantes, a menudo sucumben a la influencia que estos ejercen sobre ellas.   En el caso de Bárbara son estos, los hombres, el medio y hasta la época quienes sucumben ante ella. Porque Bárbara es una heroína, poderosa y ambiciosa, con el criterio y fundamento de la mujer creada a sí misma, que cree en sí misma, como mujer postmoderna, que simboliza el renacimiento de la mujer post feminista, del siglo XXI, sin complejos y sin excusas, con la valentía de sentirse y saberse realmente libre y liberada de caducos clichés y de la falsa moral de un mundo contemporáneo, aunque decadente, donde la mujer sigue siendo una muñeca rota, la mujer incompleta que sigue necesitando el complemento del hombre. Bárbara aniquila el concepto, porque es capaz de borrar al hombre como protagonista y contrapunto de la mujer. En manos de Bárbara el hombre acaba siendo una marioneta, el hombre es la muñeca rota:


        En cuanto al estilo, la novela, con el frecuente fluir de conciencia  de la protagonista, aunque no está escrita en primera persona, sí fluctúa entre el tiempo verbal pasado y presente sobre todo en los pasajes y escenas que describen de forma explícita la dimensión y el ingrediente sexual, que en este sentido podría beber de novelas como Trópico de Cáncer, de Henry Miller:


 
   Como novela negra de marcado realismo social, se alimenta también de un fortísimo ingrediente satírico, donde la ironía y el humor sostienen la fuerte carga de crítica social del mensaje central de la obra, porque la narración es ambiciosa y busca aproximarse también a una novela de ideas, otra cosa es que lo consiga, será el lector quien nos acabe dando su veredicto final.


   Esa mezcla de sarcasmo y humor crean un erotismo con una significación semántica, donde la sensualidad supera  a la sexualidad, lo que deriva en una sátira de brutales proporciones e insospechadas consecuencias. 


   Bárbara Pineda Alguacil, al inicio de su carrera de la vida, Sor Lujuria, y tras la consecución de su mundano sueño, La diosa del ladrillo, es una joven granadina de exquisita formación cultural. Descendiente de una lujosa estirpe de barraganas y de un influyente párroco de la ciudad, a sus 22 años decide valerse de su extraordinaria belleza e inteligencia para alcanzar el sueño que en 2003 volvía loca a media España y a medio Occidente: bienes inmuebles y dinero negro: bienestar material y escasez de valores y sentimientos.


 
 

     Ella lo hace a lo grande, porque sus aspiraciones son gigantes. En el camino se encuentra con piojos resucitados y casposos de la época como don Leocadio, inventor del polvo exprés y fundador de una de las cadenas de supermercados del sexo más importantes de toda Andalucía, fiel exponente del desmadre materialista y de la locura social de finales de una efímera Belle Époque o era de La burbuja inmobiliaria


con el Paquitín y sus padres, Los Ladrón de Güevéjar, baluartes de la falsa moral y de los últimos coletazos de unas creencias y tradiciones que empezaban a derrumbarse sobre sus propias miserias e inconsistencia; y con ella misma, que en el 2008, justo al borde del pinchazo de la inmensa burbuja capitalista, ha conseguido pisotear a todos cuantos le estorbaban, y logrado un inconmensurable capital procedente del ladrillo. Bárbara entra en la crisis indemne, para salir millonaria; y lo más importante, fiel a sí misma: virgo intacta. 



    La diosa del ladrillo inicia la trilogía que vendrá a mostrar, en las siguientes entregas, el desarrollo del plano más psicológico de la protagonista, y finalmente el desenlace de la metáfora social y emocional encarnada en una mujer capaz de sembrar en el reino de sus fantasías los interrogantes más extemporáneos y, por ende,  infinitos.
Figuración en ladrillo de una diosa elamita, también llamada 'Diosa sumeria del ladrillo'
Webliografía:

Entrevista sonora en Canal Arenas (12 de diciembre 2015)
Ideal digital: Ideal en clase (17 de diciembre 2015)
Grupo Dauro