13. Amores que matan
"Loles quedó consternada al saber de la existencia de una
grabación que recogía su intensa relación sexual con don
Leocadio en la mesa de plenos del ayuntamiento. No podía
dar crédito ante un acto que ella había creído auténtico y
puro por parte de su efímero amante. Entró en un estado
de histeria, con extrañas convulsiones que obligaron a las
tres mujeres de la casa a acompañarla a un dormitorio para
tumbarla en la cama y tratar allí de calmarla.
—Tranquilízate, hija, que nadie va a saber nada —le
prometió doña Rita mientras le pasaba un paño húmedo por
la frente.
—Nosotras nos encargamos de todo. Esa cinta va a desaparecer. Te lo prometo —añadió Carla visiblemente indignada.
—Y yo que había llegado a confiar en él, incluso a quererlo
—balbució con voz empañada.
—Tiene delito que a tu edad te fíes de un tío de esa calaña
hasta ese punto —le recriminó Bárbara.
—Déjala, hija, que el amor es así. Además, algo bueno
ha quedado —añadió doña Rita.
—Habrá que ver el lado positivo. Por una vez en tu vida
tienes premio —dijo Carla desplegando una amable sonrisa
y acariciándole la barriga.
—Mal rayo lo parta, so canalla. No le basta con hacerme
un hijo sino que además tiene que airearlo —espetó Loles a
media voz—. Pero no lo voy a perder, este ha sido el mejor
regalo que me ha podido tocar en toda mi vida. Mi lotería
—concluyó abriendo los ojos tímidamente.
—Te ha tocado la lotería, por eso tienes que estar tranquila,
que el décimo no se rompa ahora que tiene premio —afirmó
doña Rita besándola en la frente.
Una vez que Loles logró restablecerse del sobresalto, convinieron en tender una encerrona a don Leocadio. La idea era que ella misma estableciera un acercamiento para hacerle creer que estaba enamorada y dispuesta a dejarlo todo por él. La trama no podía demorarse, puesto que don Leocadio estaba a punto de hacer más de cien copias de la grabación para mandarlas por correo a los domicilios de un buen número de vecinos cuidadosamente seleccionados. Loles empezó a verse semanalmente con don Leocadio en un hotel del centro de la ciudad. Para su marido eran visitas obligadas al ginecólogo, argumentando su avanzada edad para la gestación. En todos estos encuentros volvió a haber sexo y ambos quedaron atrapados en una intensa relación de pasión que sólo podía conducir a una enfermiza confusión. Loles llegó a perdonarle el maléfico plan que le tenía guardado con la grabación, del que ambos incluso hablaban con la tranquilidad de saber que había quedado en agua de borrajas." (La diosa del ladrillo, págs. 310-11).
Una vez que Loles logró restablecerse del sobresalto, convinieron en tender una encerrona a don Leocadio. La idea era que ella misma estableciera un acercamiento para hacerle creer que estaba enamorada y dispuesta a dejarlo todo por él. La trama no podía demorarse, puesto que don Leocadio estaba a punto de hacer más de cien copias de la grabación para mandarlas por correo a los domicilios de un buen número de vecinos cuidadosamente seleccionados. Loles empezó a verse semanalmente con don Leocadio en un hotel del centro de la ciudad. Para su marido eran visitas obligadas al ginecólogo, argumentando su avanzada edad para la gestación. En todos estos encuentros volvió a haber sexo y ambos quedaron atrapados en una intensa relación de pasión que sólo podía conducir a una enfermiza confusión. Loles llegó a perdonarle el maléfico plan que le tenía guardado con la grabación, del que ambos incluso hablaban con la tranquilidad de saber que había quedado en agua de borrajas." (La diosa del ladrillo, págs. 310-11).