16. De Granada a Bucaramanga
—¡So putón! Me has costado doscientos dólares —le
gritó ante la total indiferencia de Valentina, que permanecía
sumida en una especie de profundo trance, en ocasiones con
los ojos levemente entornados.
El Moi se acercó al ventanal con sigilo, como quien
espera sorprender a alguien en el balcón. Tras abrir la puerta corredera y comprobar la penumbrosa soledad de la terraza,
volvió a cerrarla precipitadamente, esmerándose en correr las
cortinas hasta tapar por completo los enormes ventanales.
Inmediatamente procedió a comprobar la iluminación de la
habitación, apagando y encendiendo los distintos sectores de
luces. Finalmente decidió dejarlos encendidos todos a la máxima
potencia, incluso la luz del cuarto de baño, que con la puerta
abierta despedía hacia la habitación un importante chorro de
luz extra. Acto seguido comenzó a desnudar a Valentina. No
le llevó ni un minuto despojarla de su liviano y corto vestido
de noche amarillo. La hermosa vista que tenía ante sí le hizo
detenerse unos minutos en una especie de éxtasis contemplativo. De pronto, rápidamente, como un poseso, echó mano
de su móvil y empezó a fotografiar planos de detalle de sus
voluminosos pechos, guarnecidos por un bello sujetador de
encaje blanco, y de su vientre y pubis delineado elegantemente
por un coulotte de encaje a juego con el sujetador. Tras dar por
terminada su sesión fotográfica, empezó a desnudarse rápida-
mente, tirando la ropa indiscriminadamente por la habitación
y, con el pulso muy tembloroso, comenzó a masturbarse
encima de ella. Cuando parecía estar a punto de eyacular,
detuvo en seco su actuación onanista para proceder a acabar
de desnudarla por completo. Acto seguido, colocó su teléfono
móvil de última generación en el escritorio que había frente a
la cama y, tras encontrar el ángulo de visión que mejor podía
captar toda la cama en un amplio plano de conjunto, pulsó
el botón de grabación de vídeo. Inmediatamente posó ante la
cámara del móvil como habitual presentador y actor de uno
de los numerosos shows que acostumbraba a grabarse con
chicas previo pago. En esta ocasión, como era habitual en él,
quería aparentar que se trataba de una conquista más. Así que
empezó a actuar y a hablar como si Valentina lo escuchara y
formara parte, voluntariamente, del espectáculo pornográfico:
—Bueno, nena, aquí me tienes listo para darte mandanga y
enseñarte lo que es bueno —aseguró con una sonrisa forzada,
mientras se empinaba con dificultad para mostrar ante la cámara
la potente erección provocada por la pastilla de viagra que
hacía una hora se había tomado disimuladamente durante la
cena. Su micropene no parecía tan pequeño desde que hacía
unos años una prostituta china le aconsejó mantener siempre
la zona genital bien rasurada. Desde entonces, el Moi se sentía
un poco más hombre.
No eran aún las doce de la noche y el Moi tenía, según
sus cálculos, unas cinco horas más por delante para disfrutar
los efectos de la escopolamina en Valentina y los del viagra
en su miembro viril. El Moi sometió a Valentina a una inten-
siva y feroz violación de casi cinco horas, llegando incluso a
sodomizarla. Tan sólo la dejó descansar durante los escasos
treinta minutos que necesitó, en plena faena, para una nueva
sesión de fotos y para un breve descanso en el que se dio
una ducha de agua fría y pidió a la recepción del hotel que
le subieran dos tónicas y una hamburguesa doble de queso
para reponer fuerzas. De todo ello dejó constancia en las tres
grabaciones que necesitó para filmar por completo su conquista
sexual. Llegó a usar hasta tres tarjetas de memoria externa en
su móvil para no dejar escapar el más mínimo detalle de su
gesta, que dejó como recuerdo en el cuerpo de Valentina un
salvaje desgarro anal. El Moi se marchó a la habitación de
ella sin importarle lo más mínimo su maltrecho estado físico.
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