15. La membrana de la trama
El Moi, tras levantarse y propinarle dos sonoros
y pegajosos besos, buscando sin éxito la proximidad de su
boca, con manoseo incluido por la cintura y las caderas, se
había pegado a Bárbara como una lapa y no parecía mostrar
el más mínimo interés de volverse a sentar. Con el pretexto de
piropear sus encantos, y sin importarle para nada la presencia
de su nueva novia, se tomó casi un minuto intentando desesperadamente sobar el cuerpo de Bárbara, que, descolocada y
desconcertada, era incapaz de quitárselo de encima. La joven
novia ni siquiera los miraba, parecía abstraída, ajena a todo,
con la mirada únicamente puesta en el seboso Barrabás, que,
tumbado boca arriba en su regazo, disfrutaba de sus arrumacos
y caricias. Bárbara, que por unos instantes parecía una muñeca
gigante en manos de un chimpancé, se dejó caer encima de él,
desplegando sus turgentes y voluminosos pechos a la altura de
su arrugada boca, con ánimo de abrazarlo, inesperada reacción
que hizo que éste retrocediera rápidamente, confundido y
asustado, volviendo a tomar asiento. «Dime de qué presumes y te diré de qué careces», se dijo Bárbara conforme iba acercándose a la mesa, con la mirada altiva y escrutadora sobre
su desconcertado y asustadizo invitado.
—Esta es rusa —espetó el Moi, visiblemente nervioso,
señalando a la chica—. La he traído para distraerla y que así
conozca Granada.
—¿Tendrá nombre no? —preguntó Bárbara.
—Sí, claro, se llama Galina.
—¿Gallina? —inquirió doña Rita, sorprendida, y mirando
fijamente a la chica.
—Ga-li-na —recalcó el Moi.
—Perdón, no he dicho nada —añadió doña Rita, disculpándose y acercándose a la chica para enmendar su error y
añadir—: eres guapísima, con esos ojos celestes, que pareces
un ángel. ¿Quieres que te ponga algo de comer?
La chica elevó la mirada tímidamente para desplegarle una
sonrisa de agradecido asentimiento.
—¿Te ha mordido la lengua el gato? —le preguntó doña
Rita, mientras le propinaba un beso en la frente.
—Es que no sabe nada de cristiano. No habla ni papa
todavía. Me la traje hace dos semanas para España —aclaró
el Moi con una sonrisa y un guiño cínicos—. Y todavía no
he tenido tiempo de enseñarla a hablar el cristiano. Pero da
igual, cocina muy bien y limpia la casa mejor que una cristiana
de las de antes (pág. 383).
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